Por pasarlo bien, por reencontrarnos con la vida en grupo, por respirar aire puro, por oxigenar la rutina, por unas vacaciones diferentes, por conocer gente nueva, por desconectar de lo tecnológico, por conocernos (a una misma y a los demás) en otros contextos, por volver a lo sencillo, por compartir con las demás, por desprendernos de la vergüenza que se nos ha ido adosando por el camino, por reconectar con nuestra creatividad, por sentir la libertad de no juzgarnos, por aprender cosas nuevas, por salud mental…
Año tras año vemos cómo en los campas de verano se generan unas sinergias, una magia que las palabras no abarcan a definir, por mucho que lo intentemos.